Titular: Ola de frío del atlántico
Vale, una cosa menos, supongo. Ahora solo tengo que encontrar un trabajo para poder llevarme algo a la boca de vez en cuando. Joder, el ascensor no funciona. Suerte que mi maleta no es demasiado grande. Si el ascensor se estropea son cinco pisos que se tienen que subir a pata, pero lo cierto es que las vistas de un ático valen la pena, y más cuando sabes que no has tenido que pagar por ellas. Cuando meto la llave en la cerradura y siento como se activa el mecanismo al girarla sobre sí misma se me erizan los pelos de la nuca. Voy a entrar en mi primer piso. En cuanto abro la puerta siento un calor hogareño intenso. Suena el timbre. Vuelve a sonar. Vuelve a sonar. Busco el interfono. Contesto.
- Baja ahora mismo- dice una voz ahogada por el tráfico de la calle
- ¿Quien eres? -pregunto
- El propietario del puñetero piso, baja ya que se me congelan los huevos- reconozco esa voz de trapo húmedo
- Acabo de llegar...
- Y yo - me interrumpe- he tenido que subir el puto monte Everest para conseguir llegar al botón del ático, no me seas perro y baja.
Al llegar a la planta baja me percato del problema, y es que he olvidado que mi compañero de piso va sobre ruedas. Al abrir la puerta de la calle lo veo picando insistentemente el botón del ático desde su silla ayudándose con la antena de lo que parece una radio. Me mira.
- ¿Eres mi nueva puta? - pregunta mirándome de arriba a abajo con cara de asco
- Supongo que sí... ¿Cuál es el problema?
- Pues verás, llego quemado de una dura jornada de trabajo y he pensado que podríamos ir a tomar una taza de chocolate caliente para conocernos mejor.
- ¿En serio? - al final resultará que no fué tan mala idea aceptar el piso
- No coño, lo que pasa es que no puedo subir cinco pisos a mordiscos, y quiero sentarme en mi sofá, el ascensor se ha vuelto a estropear.
- Y...
- Y me tienes que subir a cuestas. ¿Ese era el trato, no te lo dijeron el dia que te enseñaron el piso? Tú cuidas de mí y a cambio vives por la cara en un piso que te cagas- me quedo en silencio unos segundos- vamos, sin miedo, deja la silla por ahí tirada y ya bajarás luego a por ella.
Al cargarlo sobre mis hombros me doy cuenta de que tiene un cuerpo completamente esquifido. Me dice que mientras suba incline la espalda hacia adelante. Mientras "subimos" me explica que es algo obvio pero que la gente acostumbra a no tener en cuenta. El hecho de poder mover los brazos por debajo de los codos no significa que tenga la fuerza suficiente como para sugetarse alrededor de mi cuello, así que lo tengo que subir como si fuera un saco de patatas. Durante esos interminables cinco pisos estoy a punto en varias ocasiones de pedirle un descanso, pero creo que sería de mala educación "echarle en cara" que yo soy capaz de cansarme. Al llegar al piso, ese calor hogareño tan agradable me abrasa la piel y me provoca una sudoración que poco tarda en empaparme de arriba a abajo el jersey.
- ¿Como puede hacer tanta calor aquí dentro?- pregunto al aire mientras dejo a mi compañero cuidadosamente sobre un sofá.
- Programo la calefacción para que se active poco antes de que yo llegue a casa-dice pesadamente- Dado que no puedo moverme no genero calor corporal, así que necesito que el piso esté durante todo el invierno a una temperatura tropical. Espero que no te moleste...
Ni siquiera me molesto en contestarle. Cierro la puerta atrás de mí y me dirijo de nuevo a la planta baja a por la silla de ruedas. Es mi primer día en este piso y ya estoy un poco asqueado. Mi primera hora. Son mis primeros diez minutos... Pero debo darme tiempo para adaptarme... o para encontrar un trabajo. No pienso pasarme la vida llevando a cuestas a ese bacilón motorizado por una silla de ruedas, silla la cuál pesa como un fiambre pues apenas consigo levantarla del suelo. Parece que mi primera toma de contacto con Tomás Nedru ha sido peor de lo que hubiera imaginado.
- Baja ahora mismo- dice una voz ahogada por el tráfico de la calle
- ¿Quien eres? -pregunto
- El propietario del puñetero piso, baja ya que se me congelan los huevos- reconozco esa voz de trapo húmedo
- Acabo de llegar...
- Y yo - me interrumpe- he tenido que subir el puto monte Everest para conseguir llegar al botón del ático, no me seas perro y baja.
Al llegar a la planta baja me percato del problema, y es que he olvidado que mi compañero de piso va sobre ruedas. Al abrir la puerta de la calle lo veo picando insistentemente el botón del ático desde su silla ayudándose con la antena de lo que parece una radio. Me mira.
- ¿Eres mi nueva puta? - pregunta mirándome de arriba a abajo con cara de asco
- Supongo que sí... ¿Cuál es el problema?
- Pues verás, llego quemado de una dura jornada de trabajo y he pensado que podríamos ir a tomar una taza de chocolate caliente para conocernos mejor.
- ¿En serio? - al final resultará que no fué tan mala idea aceptar el piso
- No coño, lo que pasa es que no puedo subir cinco pisos a mordiscos, y quiero sentarme en mi sofá, el ascensor se ha vuelto a estropear.
- Y...
- Y me tienes que subir a cuestas. ¿Ese era el trato, no te lo dijeron el dia que te enseñaron el piso? Tú cuidas de mí y a cambio vives por la cara en un piso que te cagas- me quedo en silencio unos segundos- vamos, sin miedo, deja la silla por ahí tirada y ya bajarás luego a por ella.
Al cargarlo sobre mis hombros me doy cuenta de que tiene un cuerpo completamente esquifido. Me dice que mientras suba incline la espalda hacia adelante. Mientras "subimos" me explica que es algo obvio pero que la gente acostumbra a no tener en cuenta. El hecho de poder mover los brazos por debajo de los codos no significa que tenga la fuerza suficiente como para sugetarse alrededor de mi cuello, así que lo tengo que subir como si fuera un saco de patatas. Durante esos interminables cinco pisos estoy a punto en varias ocasiones de pedirle un descanso, pero creo que sería de mala educación "echarle en cara" que yo soy capaz de cansarme. Al llegar al piso, ese calor hogareño tan agradable me abrasa la piel y me provoca una sudoración que poco tarda en empaparme de arriba a abajo el jersey.
- ¿Como puede hacer tanta calor aquí dentro?- pregunto al aire mientras dejo a mi compañero cuidadosamente sobre un sofá.
- Programo la calefacción para que se active poco antes de que yo llegue a casa-dice pesadamente- Dado que no puedo moverme no genero calor corporal, así que necesito que el piso esté durante todo el invierno a una temperatura tropical. Espero que no te moleste...
Ni siquiera me molesto en contestarle. Cierro la puerta atrás de mí y me dirijo de nuevo a la planta baja a por la silla de ruedas. Es mi primer día en este piso y ya estoy un poco asqueado. Mi primera hora. Son mis primeros diez minutos... Pero debo darme tiempo para adaptarme... o para encontrar un trabajo. No pienso pasarme la vida llevando a cuestas a ese bacilón motorizado por una silla de ruedas, silla la cuál pesa como un fiambre pues apenas consigo levantarla del suelo. Parece que mi primera toma de contacto con Tomás Nedru ha sido peor de lo que hubiera imaginado.
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