Saturday, November 18, 2006

Titular: los parados, estudiantes y autónomos son las víctimas de más hurtos

Cuando salgo de la entrevista de trabajo me siento diferente. El cierre de la puerta a mis espaldas da el pistoletazo de salida a todo un conjunto de pensamientos, mas bien a un conjunto de planteamientos o mejor dicho, de maneras de pensar mas acordes con mi nuevo rol social: universitario y empleado basura. Me bombardean un montón de problemas que aún estan por venir, pero que no por ello significa que se puedan evitar. El estrés me invade cuando pienso en los exámenes de enero, en el madrugar diario, en el llegar a final de mes, y aunque parezca mentira, en la próxima vez que tenga que acompañar a Tomás al baño. Salgo de esa oficina destartalada por la puerta del almacén y comienzo a caminar diagonal abajo girándome de vez en cuando para ver si podía coger algún taxi que me llevara a casa. El taxi de venida me ha costado poco menos de ocho euros, de lo cual puedo deducir que cuando llegue a casa me quedarán un total de cien euros para acabar de pasar el mes. Llevo tanto tiempo apretándome el cinturón que todavía no entiendo como no me he quitado de encima este barrigón que tiembla como la gelatina a cada paso que doy. Además tengo que pagar el sablazo que me van a dar para quitarle el cepo a la bici. Y las clases empiezan mañana. Que asco. Estoy cansado. Me pregunto cuanto me costarán los libros de la carrera. Me pregunto si mi futuro será tan incierto como lo parece ahora mismo. La vida da muchas vueltas. Por suerte o por dasgracia. ¿Como puede ser que no pase un puto taxi? Me llaman al móvil. Es Tomás. Dice que mueva el culo para casa que el ascensor vuelve a estar estropeado.

- Perdona ¿tienes hora? - me pregunta un individuo que está caminando junto a mí.

Tomás me dice que como no llegue en media hora se va a levantar de la silla y me va a pegar la paliza de mi vida.

- ¿Me puedes dejar un euro para hacer una llamada? - me vuelve a preguntar el individuo. Lo miro con extrañeza.

Tomás dice que se le está congelando el culo y que si consiguiera tremparse mearía cubitos de semen.

- Sigue caminando - me dice el sujeto - que no se note que te estoy atracando.

Al principio pensaba que sencillamente era un cobarde. No es que en el colegio me pegaran palizas diarias o que el matón de turno me robara siempre el almuerzo, pero sencillamente me quedaba mudo ante insultos, amenazas, empujones o burlas públicas. Llegué a pensar que le tenía miedo a todo el mundo, pero con los años me di cuenta de que eso no era así. Ante cualquier situación de riesgo o bien que requiera un surgimiento primitivo de sentimientos o reacciones, nuestro propio cuerpo actua de manera inconsciente y natural ante esos estímulos mediante la segregación de adrenalina. Normalmente. En situaciones como el sexo, las discusiones, las sorpresas o el peligro, la adrenalina provoca en el cuerpo una actividad o una capacidad de reacción que no tiene en condiciones normales. Normalmente. Con los años me di cuenta de que no solo me quedaba petrificado ante burlas o situaciones incómodas. El hecho de ir en bicicleta y tener que aguantar réplicas y sermones de viejecitas (de las que no se enteran, no de las simpáticas, como todas las abuelas) que se habían asustado al verme pasar a dos metros y medio de ellas me demostró que también me costaba reaccionar, aunque fuera amablemente, ante situaciones inesperadas con desconocidos, fueran de la clase que fueran. Tendríais que haber visto mi primera vez... o mi primer intento mejor dicho. Adrenalina. Supongo que hay gente que sale tarada de fábrica.

Sigo caminando junto al individuo, mudo, observándole vergonzosamente desde el otro lado de la gruesa capa de hielo que me envuelve. Estoy atento a cada uno de sus movimientos y a cada una de las palabras de su boca, pero no reacciono. "La cartera. ¿Que no me oyes, joder?" me dice. Son mis últimos cien euros. Lo cierto es que no se los doy por el hecho de que me vaya a quedar sin dinero, sinó porque a duras penas consigo concentrarme lo suficiente como para seguir caminando. "Me cago en todo" dice instantes antes de deleitarme con su mejor gancho de izquierda. La gente normal se mueve según la teoría de la olla a presión: vas tragando y tragando y tragando hasta que no puedes mas, la olla explota y quema a la gente que haya a su alrededor. Mi olla no explota, solo se satura. Y es entonces cuando me detengo y me intento taponar la salida de sangre de la nariz en medio de un paso de peatones. El individuo se coloca ante mí y me agarra de la chaqueta, intentando hacerme caminar, pero no reacciono. Pienso en los exámenes, en mi bici, en el trabajo, en las clases, en Tomás y en mi situación de desamparo. Los coches que se encuentran detenidos ante nosotros empiezan a pitar. Dos carriles de la calle Aragón están completamente detenidos por mi culpa y el individuo se pone nervioso. Ni siquiera le escucho, pues ya hace un rato que se me a nublado la vista y lo oigo todo como si viniera de un segundo plano, lejano y ajeno. Una moto avanza y se coloca entre nosotros, empujándonos a ambos violentamente para intentar pasar antes de que el semáforo vuelva a ponerse en rojo. El delincuente se mete en una discusión estúpida con el motorista que, ante el primer improperio lo agarra por el cuello y le amenaza con abrirle la cabeza de un casquetazo. Comienzo a caminar a paso apresurado cuando el delincuente se hecha la mano al bolsillo. No se cómo llego a un Corte Inglés y comienzo a dar vueltas por la sección de perfumería, paranóico, pensando que el individuo todavía me sigue. Suena el teléfono. Tomás.

- Que hay Tom - contesto
- Pues muy bien, aquí. ¿Como ha ido la entrevista de trabajo?
- Pues bastante bien la verdad, empiezo... - me interrumpe
- ¿Sabes que sería genial? - me dice- que me lo contaras en persona mientras me subes a casa. Mueve el culo - cuelga

Friday, November 10, 2006

Titular: La Urbana pondrá cepos a las bicis mal aparcadas

- Dime "Tomi" ¿dónde te criaste? - le pregunto mientras le levanto el trasero delicadamente y le subo los pantalones.

- Soy gallego - dice con voz de sueño- de la costa- se percata que le miro con mueca de duda- El segundo cajón de la derecha dice señalando a un mueble que hay detrás de mí apenas sin poder levantar el brazo. Saco un par de calcetines del cajón y se los pongo.

- Ponme otro par. Estos días está refrescando...

Durante el almuerzo yo voy como loco de un lado a otro intentando satisfacer todas sus necesidades. Tiene tantas (o es incapaz de hacer tantas cosas) que no tengo tiempo ni de sentarme tranquilo en la mesa para almorzar.

- ¿Dónde irás hoy?- le pregunto interesado por saber si le voy a tener que volver a ayudar a sentarse en el retrete.

- Tranquilo que tu trabajo acaba aquí hasta la noche. El resto del día ya me espavilaré -lo noto seco y asqueado, supongo que no ha tenido muy buen despertar o tal vez esté incómodo por que le tenga que hacer todo. Es como si le estuviera recordando constantemente lo evidente. En un fallo de cálculo muerde una tostada y ésta se parte y cae al suelo. Decido no acudir a buscarla para metérsela en la boca, al fin y al cabo no es un crío. Se heca un silencio incómodo. Tengo esa sensación de que es como si tuviera la cara pintada o un moco asomándome por la nariz y nadie se atreviera a decir nada. Me mira fijamente - ¿Me la recoges o tengo que comérmela desde aquí a lenguetazos?

- ¿De donde sacaste esta mesa tan alta? - le pregunto estando debajo de la mesa, buscando la tostada en la oscuridad que ofrece un largo mantel.

- La tuvieron que hacer a medida. No sé si ya te lo había dicho, pero no sale a cuenta estar en una silla de ruedas- la mesa es, como mínimo dos palmos mas alta de lo habitual, altura suficiente para que Tomás pueda reposar sus brazos sobre ella y así poder comer casi como una persona de a pie- tengo amigos que comen con una bandeja sobre sus piernas, pero yo no puedo levantar tanto el brazo ni inclinarme lo suficiente como para poder comer a gusto. Además, es un gustazo poder comer cereales sorbiéndolos con la cara hundida directamente en la leche. Voy a mear.

Una ventaja que descubrí ayer noche es que para mear no necesita mi ayuda. Lo hace sentado en la silla y utiliza una caña de bambú cortada a lo largo a modo de puente. Gracias a dios. En cambio cuando tiene que... Bueno, da igual.

- Dame la carpeta que hay sobre la mesa con todo lo que hay encima- encima de la carpeta había un teléfono móvil, un monedero, un Ipod, un paquete de cleenex y una bolsa verde llena de cupones de la once. Al ponerle la carpeta sobre las piernas Tomás empieza a "guardarse" las cosas en sitios que siempre van a estar a su alcance, es decir, junto a sus piernas o bien en la entrepierna. Una vez colocado todo en su sitio me mira y me dice que le ponga los auriculares del Ipod y el gorro de invierno- Pues ala, que te follen y hasta luego- me dice mientras cruza la puerta.

Me quedo un poco trastocado por el comentario de que me follen, pero a lo mejor ésa es su forma de desearme un buen dia. Acabo de almorzar tranquilamente y salgo a la calle deseando que vaya bien la entrevista que tengo dentro de media hora en la otra punta de la ciudad. El optimismo se me va en un suspiro cuando veo que ante el portal de casa, donde anoche até la bici a una papelera hay un policía toqueteándola.

- ¿Algún problema?- le pregunto cuando consigo cruzarme con su mirada. Le había puesto una especie de artilugio, o pitón, o "U", pero mas sofisticado y con el símbolo de la guardia urbano en un lado que une la rueda con el cuadro de la bici.

- La nueva ordenanza municipal de civismo- dice con voz corrupta y chulesca- prohíbe expresamente el estacionamiento de una bicicleta en cualquier lugar que no sea un párquing de bicis o una farola.

- Entiendo... - digo pensativo- No lo entiendo ¡es mi puñetera bici!
- No hasta que no pagues la multa de sesenta euros -dice el policía con cara de satisfacción
- ¿Sesenta euros? ¡Pero si casi es lo que me costó la bici!
- Eso explícaselo al alcalde, a mí no me hinches la cabeza - dice dándome un papel donde se describía la bici y especificaba en que cruce de calles se encontraba "retenida temporalmente". Al final de todo ponia "60€".
- ¿Algún día multarán a algún crío por jugar a pelota en un parque o eso por el momento está bien visto por nuestro señor alcalde? - le digo instantes antes de que me dé la espalda y se vaya caminando calle abajo en plan "fiebre del sábado noche".

Saturday, November 04, 2006

Titular: Ola de frío del atlántico

Vale, una cosa menos, supongo. Ahora solo tengo que encontrar un trabajo para poder llevarme algo a la boca de vez en cuando. Joder, el ascensor no funciona. Suerte que mi maleta no es demasiado grande. Si el ascensor se estropea son cinco pisos que se tienen que subir a pata, pero lo cierto es que las vistas de un ático valen la pena, y más cuando sabes que no has tenido que pagar por ellas. Cuando meto la llave en la cerradura y siento como se activa el mecanismo al girarla sobre sí misma se me erizan los pelos de la nuca. Voy a entrar en mi primer piso. En cuanto abro la puerta siento un calor hogareño intenso. Suena el timbre. Vuelve a sonar. Vuelve a sonar. Busco el interfono. Contesto.

- Baja ahora mismo- dice una voz ahogada por el tráfico de la calle
- ¿Quien eres? -pregunto
- El propietario del puñetero piso, baja ya que se me congelan los huevos- reconozco esa voz de trapo húmedo
- Acabo de llegar...
- Y yo - me interrumpe- he tenido que subir el puto monte Everest para conseguir llegar al botón del ático, no me seas perro y baja.

Al llegar a la planta baja me percato del problema, y es que he olvidado que mi compañero de piso va sobre ruedas. Al abrir la puerta de la calle lo veo picando insistentemente el botón del ático desde su silla ayudándose con la antena de lo que parece una radio. Me mira.
- ¿Eres mi nueva puta? - pregunta mirándome de arriba a abajo con cara de asco
- Supongo que sí... ¿Cuál es el problema?
- Pues verás, llego quemado de una dura jornada de trabajo y he pensado que podríamos ir a tomar una taza de chocolate caliente para conocernos mejor.
- ¿En serio? - al final resultará que no fué tan mala idea aceptar el piso
- No coño, lo que pasa es que no puedo subir cinco pisos a mordiscos, y quiero sentarme en mi sofá, el ascensor se ha vuelto a estropear.
- Y...
- Y me tienes que subir a cuestas. ¿Ese era el trato, no te lo dijeron el dia que te enseñaron el piso? Tú cuidas de mí y a cambio vives por la cara en un piso que te cagas- me quedo en silencio unos segundos- vamos, sin miedo, deja la silla por ahí tirada y ya bajarás luego a por ella.

Al cargarlo sobre mis hombros me doy cuenta de que tiene un cuerpo completamente esquifido. Me dice que mientras suba incline la espalda hacia adelante. Mientras "subimos" me explica que es algo obvio pero que la gente acostumbra a no tener en cuenta. El hecho de poder mover los brazos por debajo de los codos no significa que tenga la fuerza suficiente como para sugetarse alrededor de mi cuello, así que lo tengo que subir como si fuera un saco de patatas. Durante esos interminables cinco pisos estoy a punto en varias ocasiones de pedirle un descanso, pero creo que sería de mala educación "echarle en cara" que yo soy capaz de cansarme. Al llegar al piso, ese calor hogareño tan agradable me abrasa la piel y me provoca una sudoración que poco tarda en empaparme de arriba a abajo el jersey.

- ¿Como puede hacer tanta calor aquí dentro?- pregunto al aire mientras dejo a mi compañero cuidadosamente sobre un sofá.
- Programo la calefacción para que se active poco antes de que yo llegue a casa-dice pesadamente- Dado que no puedo moverme no genero calor corporal, así que necesito que el piso esté durante todo el invierno a una temperatura tropical. Espero que no te moleste...

Ni siquiera me molesto en contestarle. Cierro la puerta atrás de mí y me dirijo de nuevo a la planta baja a por la silla de ruedas. Es mi primer día en este piso y ya estoy un poco asqueado. Mi primera hora. Son mis primeros diez minutos... Pero debo darme tiempo para adaptarme... o para encontrar un trabajo. No pienso pasarme la vida llevando a cuestas a ese bacilón motorizado por una silla de ruedas, silla la cuál pesa como un fiambre pues apenas consigo levantarla del suelo. Parece que mi primera toma de contacto con Tomás Nedru ha sido peor de lo que hubiera imaginado.