Titular: los parados, estudiantes y autónomos son las víctimas de más hurtos
Cuando salgo de la entrevista de trabajo me siento diferente. El cierre de la puerta a mis espaldas da el pistoletazo de salida a todo un conjunto de pensamientos, mas bien a un conjunto de planteamientos o mejor dicho, de maneras de pensar mas acordes con mi nuevo rol social: universitario y empleado basura. Me bombardean un montón de problemas que aún estan por venir, pero que no por ello significa que se puedan evitar. El estrés me invade cuando pienso en los exámenes de enero, en el madrugar diario, en el llegar a final de mes, y aunque parezca mentira, en la próxima vez que tenga que acompañar a Tomás al baño. Salgo de esa oficina destartalada por la puerta del almacén y comienzo a caminar diagonal abajo girándome de vez en cuando para ver si podía coger algún taxi que me llevara a casa. El taxi de venida me ha costado poco menos de ocho euros, de lo cual puedo deducir que cuando llegue a casa me quedarán un total de cien euros para acabar de pasar el mes. Llevo tanto tiempo apretándome el cinturón que todavía no entiendo como no me he quitado de encima este barrigón que tiembla como la gelatina a cada paso que doy. Además tengo que pagar el sablazo que me van a dar para quitarle el cepo a la bici. Y las clases empiezan mañana. Que asco. Estoy cansado. Me pregunto cuanto me costarán los libros de la carrera. Me pregunto si mi futuro será tan incierto como lo parece ahora mismo. La vida da muchas vueltas. Por suerte o por dasgracia. ¿Como puede ser que no pase un puto taxi? Me llaman al móvil. Es Tomás. Dice que mueva el culo para casa que el ascensor vuelve a estar estropeado.
- Perdona ¿tienes hora? - me pregunta un individuo que está caminando junto a mí.
Tomás me dice que como no llegue en media hora se va a levantar de la silla y me va a pegar la paliza de mi vida.
- ¿Me puedes dejar un euro para hacer una llamada? - me vuelve a preguntar el individuo. Lo miro con extrañeza.
Tomás dice que se le está congelando el culo y que si consiguiera tremparse mearía cubitos de semen.
- Sigue caminando - me dice el sujeto - que no se note que te estoy atracando.
Al principio pensaba que sencillamente era un cobarde. No es que en el colegio me pegaran palizas diarias o que el matón de turno me robara siempre el almuerzo, pero sencillamente me quedaba mudo ante insultos, amenazas, empujones o burlas públicas. Llegué a pensar que le tenía miedo a todo el mundo, pero con los años me di cuenta de que eso no era así. Ante cualquier situación de riesgo o bien que requiera un surgimiento primitivo de sentimientos o reacciones, nuestro propio cuerpo actua de manera inconsciente y natural ante esos estímulos mediante la segregación de adrenalina. Normalmente. En situaciones como el sexo, las discusiones, las sorpresas o el peligro, la adrenalina provoca en el cuerpo una actividad o una capacidad de reacción que no tiene en condiciones normales. Normalmente. Con los años me di cuenta de que no solo me quedaba petrificado ante burlas o situaciones incómodas. El hecho de ir en bicicleta y tener que aguantar réplicas y sermones de viejecitas (de las que no se enteran, no de las simpáticas, como todas las abuelas) que se habían asustado al verme pasar a dos metros y medio de ellas me demostró que también me costaba reaccionar, aunque fuera amablemente, ante situaciones inesperadas con desconocidos, fueran de la clase que fueran. Tendríais que haber visto mi primera vez... o mi primer intento mejor dicho. Adrenalina. Supongo que hay gente que sale tarada de fábrica.
Sigo caminando junto al individuo, mudo, observándole vergonzosamente desde el otro lado de la gruesa capa de hielo que me envuelve. Estoy atento a cada uno de sus movimientos y a cada una de las palabras de su boca, pero no reacciono. "La cartera. ¿Que no me oyes, joder?" me dice. Son mis últimos cien euros. Lo cierto es que no se los doy por el hecho de que me vaya a quedar sin dinero, sinó porque a duras penas consigo concentrarme lo suficiente como para seguir caminando. "Me cago en todo" dice instantes antes de deleitarme con su mejor gancho de izquierda. La gente normal se mueve según la teoría de la olla a presión: vas tragando y tragando y tragando hasta que no puedes mas, la olla explota y quema a la gente que haya a su alrededor. Mi olla no explota, solo se satura. Y es entonces cuando me detengo y me intento taponar la salida de sangre de la nariz en medio de un paso de peatones. El individuo se coloca ante mí y me agarra de la chaqueta, intentando hacerme caminar, pero no reacciono. Pienso en los exámenes, en mi bici, en el trabajo, en las clases, en Tomás y en mi situación de desamparo. Los coches que se encuentran detenidos ante nosotros empiezan a pitar. Dos carriles de la calle Aragón están completamente detenidos por mi culpa y el individuo se pone nervioso. Ni siquiera le escucho, pues ya hace un rato que se me a nublado la vista y lo oigo todo como si viniera de un segundo plano, lejano y ajeno. Una moto avanza y se coloca entre nosotros, empujándonos a ambos violentamente para intentar pasar antes de que el semáforo vuelva a ponerse en rojo. El delincuente se mete en una discusión estúpida con el motorista que, ante el primer improperio lo agarra por el cuello y le amenaza con abrirle la cabeza de un casquetazo. Comienzo a caminar a paso apresurado cuando el delincuente se hecha la mano al bolsillo. No se cómo llego a un Corte Inglés y comienzo a dar vueltas por la sección de perfumería, paranóico, pensando que el individuo todavía me sigue. Suena el teléfono. Tomás.
- Que hay Tom - contesto
- Pues muy bien, aquí. ¿Como ha ido la entrevista de trabajo?
- Pues bastante bien la verdad, empiezo... - me interrumpe
- ¿Sabes que sería genial? - me dice- que me lo contaras en persona mientras me subes a casa. Mueve el culo - cuelga
- Perdona ¿tienes hora? - me pregunta un individuo que está caminando junto a mí.
Tomás me dice que como no llegue en media hora se va a levantar de la silla y me va a pegar la paliza de mi vida.
- ¿Me puedes dejar un euro para hacer una llamada? - me vuelve a preguntar el individuo. Lo miro con extrañeza.
Tomás dice que se le está congelando el culo y que si consiguiera tremparse mearía cubitos de semen.
- Sigue caminando - me dice el sujeto - que no se note que te estoy atracando.
Al principio pensaba que sencillamente era un cobarde. No es que en el colegio me pegaran palizas diarias o que el matón de turno me robara siempre el almuerzo, pero sencillamente me quedaba mudo ante insultos, amenazas, empujones o burlas públicas. Llegué a pensar que le tenía miedo a todo el mundo, pero con los años me di cuenta de que eso no era así. Ante cualquier situación de riesgo o bien que requiera un surgimiento primitivo de sentimientos o reacciones, nuestro propio cuerpo actua de manera inconsciente y natural ante esos estímulos mediante la segregación de adrenalina. Normalmente. En situaciones como el sexo, las discusiones, las sorpresas o el peligro, la adrenalina provoca en el cuerpo una actividad o una capacidad de reacción que no tiene en condiciones normales. Normalmente. Con los años me di cuenta de que no solo me quedaba petrificado ante burlas o situaciones incómodas. El hecho de ir en bicicleta y tener que aguantar réplicas y sermones de viejecitas (de las que no se enteran, no de las simpáticas, como todas las abuelas) que se habían asustado al verme pasar a dos metros y medio de ellas me demostró que también me costaba reaccionar, aunque fuera amablemente, ante situaciones inesperadas con desconocidos, fueran de la clase que fueran. Tendríais que haber visto mi primera vez... o mi primer intento mejor dicho. Adrenalina. Supongo que hay gente que sale tarada de fábrica.
Sigo caminando junto al individuo, mudo, observándole vergonzosamente desde el otro lado de la gruesa capa de hielo que me envuelve. Estoy atento a cada uno de sus movimientos y a cada una de las palabras de su boca, pero no reacciono. "La cartera. ¿Que no me oyes, joder?" me dice. Son mis últimos cien euros. Lo cierto es que no se los doy por el hecho de que me vaya a quedar sin dinero, sinó porque a duras penas consigo concentrarme lo suficiente como para seguir caminando. "Me cago en todo" dice instantes antes de deleitarme con su mejor gancho de izquierda. La gente normal se mueve según la teoría de la olla a presión: vas tragando y tragando y tragando hasta que no puedes mas, la olla explota y quema a la gente que haya a su alrededor. Mi olla no explota, solo se satura. Y es entonces cuando me detengo y me intento taponar la salida de sangre de la nariz en medio de un paso de peatones. El individuo se coloca ante mí y me agarra de la chaqueta, intentando hacerme caminar, pero no reacciono. Pienso en los exámenes, en mi bici, en el trabajo, en las clases, en Tomás y en mi situación de desamparo. Los coches que se encuentran detenidos ante nosotros empiezan a pitar. Dos carriles de la calle Aragón están completamente detenidos por mi culpa y el individuo se pone nervioso. Ni siquiera le escucho, pues ya hace un rato que se me a nublado la vista y lo oigo todo como si viniera de un segundo plano, lejano y ajeno. Una moto avanza y se coloca entre nosotros, empujándonos a ambos violentamente para intentar pasar antes de que el semáforo vuelva a ponerse en rojo. El delincuente se mete en una discusión estúpida con el motorista que, ante el primer improperio lo agarra por el cuello y le amenaza con abrirle la cabeza de un casquetazo. Comienzo a caminar a paso apresurado cuando el delincuente se hecha la mano al bolsillo. No se cómo llego a un Corte Inglés y comienzo a dar vueltas por la sección de perfumería, paranóico, pensando que el individuo todavía me sigue. Suena el teléfono. Tomás.
- Que hay Tom - contesto
- Pues muy bien, aquí. ¿Como ha ido la entrevista de trabajo?
- Pues bastante bien la verdad, empiezo... - me interrumpe
- ¿Sabes que sería genial? - me dice- que me lo contaras en persona mientras me subes a casa. Mueve el culo - cuelga
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